La trinchera era un amasijo de despojos humanos, solo se oían gemidos y llantos, algún que otro disparo, el olor, el olor era insoportable, mezcla de carne putrefacta y quemada. Con los últimos rayos de sol se podía vislumbrar lo único que los soldados tenían limpios, sus ojos, esos ojos desorbitados, ojos que hablan, ojos que sufren, de repente, una voz ;

¡¡ Sargento !!

Pero esta no venia de mi trinchera, sino por encima de ella, respondí ;

Si...

Si usted desea, podemos recoger nuestros heridos y dar sepultura a nuestros muertos. Diez de sus hombres y diez de los mios para realizar esa labor, durante dos horas... ¿ Le conviene ?

El francés era perfecto, solo su acento prusiano relataba sus orígenes, la proposición era muy extraña, viniendo de los prusianos, ávidos consumidores de gases tóxicos. Yo era el de mayor graduación y me correspondía decidir, algo en esa voz me tranquilizaba, reuní diez hombres y les di la orden de esperar una señal. Grite ;

Salimos usted y yo primero, luego nuestros soldados...

¡ Listo !

La exasperación nos hace ser inconscientes, subí la escalera de madera, delante de mi a unos noventa metros, detrás de sus alambradas vi a un oficial prusiano, uniforme impecable, gabardina ligeramente manchada en el dobladillo, parecía mas alto que yo. Salí del todo y me dirigí hacia él, al comienzo de sus alambradas me pare, durante unos instantes nos miramos, todo parecía haberse parado, solo existía ese hombre, alto, moreno con bigote recto, una Cruz de Hierro en la solapa, el rompió el hielo;

Me presento, soy el teniente Hans Dieter von Peppen

Se quito el guante negro y me tendió la mano, acercándose hacia mi.

Soy el sargento Jean Dupuis, en otros momentos hubiera sido un gusto conocerle.

Di la señal a mis hombres, vi como el chasqueaba sus dedos y como salían otros diez soldados prusianos. Los veinte hombres se pusieron a la labor.

Volví la mirada hacia el prusiano, este había sacado una cajetilla de pitillos y me ofrecía uno ;

Son ingleses, mi madre me los envía todos los meses.

Agradecí el gesto, llevaba dos semanas sin poder tragar un poco de nicotina, me ofreció fuego, el mechero era de oro y llevaba sus iniciales grabadas.

Nunca entenderé las guerras, aunque en mi familia somos militares desde hace mas de diez generaciones, creo en las posibilidades que tiene el hombre en dialogar para aplacar cualquier problema.

¿ Como era posible que un prusiano pudiese pensar algo parecido ?

¿ Que edad tiene ?

Tengo veinte años, me enrole después de la muerte de mis padres en un bombardeo

Aunque la mugre de la trinchera lo maquille, parece más joven. Me dijo el prusiano.

Era verdad tenia diecisiete recién cumplidos, había mentido por todas partes, quería vengarme, matar a cuantos mas alemanes mejor, pero hoy estaba delante de un prusiano, fumando con él, viendo como "humanizabamos" esta matanza...

Algo parecido me ocurrió mi en Stalingrado, dijo Yuri, después de un combate de varias horas, casi cuerpo a cuerpo en la fabrica de cemento, salio un oficial alemán con bandera blanca pidiéndome hacer lo mismo, también tenia un uniforme impecable, solo recuerdo las iniciales de su mechero; HD.

Perdonen que me "infiltre" en su conversación, soy el capitán Bill Hanson, del ejercito de los Estados Unidos de América, a mi me ocurrió durante el desembarco en Normandía en Omaha Beach, avanzábamos milímetro a milímetro, nuestros parapetos eran los cadáveres de nuestros compañeros, cuando un oficial alemán me propuso un alto al fuego para ocuparnos de nuestros heridos. También se llamaba Hans Dieter Von Peppen, pero no podía ser el mismo, debía tener unos veinticinco años eso si, el bigotito era de otro época.

Esta conversación durante el encuentro de viejos combatientes me animó a buscar, también existía gente, en el otro bando, humana. Mi pensión de militar jubilado me permitía alguna que otra alegría, además de tener acceso gratuito cualquier medio de transporte y sustanciales descuentos en hoteles concertados de la OTAN, quise conocer a ese héroe de las dos guerras, esa persona que por encima del odio de la contienda, era capaz de materializar unos sentimientos humanos.

El viaje a Berlin fue rápido, después de alojarme en un hotel en el centro de la ciudad, me fui directamente al archivo del ejercito alemán. Le conté la historia a una señorita de unos treinta años, que la escucho con gran interés, tecleo algo en su terminal de ordenador y me entrego un papel, en un inglés muy germanizado me indico que tenia que bajar unas escaleras y entregar ese papel a un bedel que estaba en el sótano.

Asé lo hice, este hombre no hablaba nada de inglés o francés, solo me dijo cosas en alemán, que yo era incapaz de comprender, mientras pasábamos por pasillos de estanterías, con carpetas amarillas, marrones, azules, mas o menos viejas. Al cabo de unos minutos andando, pasamos a otra sala, el olor a humedad me recordó viejos tiempos en unas trincheras de Verdún, nos acercábamos. Mi guía me paro delante de una estantería, trajo una escalera y se puso a buscar entre viejas carpetas. Saco una de un amasijo de papeles y me la entrego.

Nada mas abrirla pude ver su fotografía, amarilla, pero reconocible, ese bigotito prusiano, el ademán chulesco de los oficiales prusianos, su hoja de servicios era escueta, recién salido de la academia militar fue enviado al frente al inicio de la guerra, en su primer ataque fue herido, permaneció tres días en el campo de batalla antes de que una patrulla nocturna lo encontrara y lo trajera a la trinchera, murió, de sus heridas, a las pocas horas. Por ello le concedieron, a titulo póstumo, la Cruz de Hierro de primera clase con laureles.