¿ Como se lo digo ?

Veinticinco años casados, diez de relaciones, prometidos, casi, desde la cuna.

Tres hijos. El pequeño seguro que lo acusará. Una vida por la borda. Pero lo de Julia es otra cosa, no se puede comparar, siempre dispuesta, nunca le duele nada, se ríe cada vez que hago o digo algo, sus veinte años son una fuente para un sediento como yo. Que buena fortuna la mía, muchos lo sueñan, pero pocos lo pueden contar.

¿ Que le digo ?

Cariño, me voy con otra mujer. ¿ Mujer, si tiene la edad de mi hija ? Una sonrisa le levanto la comisura de los labios.

No, así no. Es muy fuerte, María se merece algo mejor. Paso delante la joyería donde María siempre se paraba. Vio el brazalete de brillantes que tanto le gustaba. ¡ Eso era la solución !

Trescientos billetes para una despedida, un poco caro. Pero María se lo había ganado.

Sus manos temblaban cuando abrió la puerta, como siempre María vino a recibirle.

¡ Dios ! Que guapa es. Nunca la había mirado así. Dudo durante unos instantes.

Cenaron, como siempre la familia al completo, Fede, su hijo, había conseguido su ingreso en el poli. Era una cena de fiesta, alboroto de gente feliz, María, radiante como siempre, atendía toda la prole.

El se acostó primero, el regalo debajo de la sabana. Apareció María, mojada de la ducha, se puso el camisón, tres hijos, cuarenta años pasados, pero no se notaban, tal vez las tres maternidades influyeran...

Los dos se extrañaron, hacia tiempo que no había habido tanta intensidad en su relación, extenuados y mirando al techo.

El le entrego el brazalete.

- María, toma, es para ti.

- ¿ Porque ?

- Me voy. He conocido a otra mujer y...

- No sigas, solo te deseo que seas tan feliz como yo lo he sido.

Se dio la vuelta y pudo oír como ella sollozaba en silencio, solo para ella. Quiso abrazarla, aborto el gesto, tal vez seria demasiado hipócrita. Apago la luz.

Es el gran día, delante de él estaba el juez de paz pronunciando el habitual discurso, fidelidad, amor, salud, etc...

A su lado estaba Julia, vestida de blanco, sus veinte años insultaban a través un velo que le disimulaba la cara.

Es el momento, ella agacho la cabeza para apartar el velo y ofrecer sus labios al rito del beso. Lentamente, ella, levanto la cabeza y él pudo ver, horrorizado, como una cara milenaria sin dientes se le acercaba.